La música de Diego Presa es como el fogonazo de un disparo en el medio de la noche, esa luz brillante que permite ver lo que no se había visto hasta ese momento, o la catarsis de madrugada frente al cáliz rojo de un vino intenso.
Flor abierta, su nuevo álbum solista expande su universo cancionístico. Hay una transformación entre aquel trovador de su anterior disco cuya matriz se anclaba en el folk, y este compositor de madurez pop, que puede caminar por los bordes de una Montevideo alternativa con elementos del post punk, la new wave, la balada rock metafísica a lo Leonard Cohen, el pop rock armónico heredado de The Byrds, y el romanticismo de un juglar medieval de tono confesional.
La nueva producción de Diego Presa, es un viaje por la ruta de sus pensamientos más íntimos. La crónica desvelada tras una caminata nocturna o el poema que aparece al alba. Es la mitología griega encarnada en el personaje de Narciso, o el salto de fe que despierta el fuego religioso de Juana de Arco. Es la naturaleza salvaje, la imagen de un cardenal que da un respiro frente al avance del capitalismo y el desmonte, o el lirio federal como metáfora del perfume del deseo. Es la pregunta, la duda, el rostro animal de infinita ternura. Es el misticismo y el éxtasis peleándole a la falta de horizonte, al precipicio al final del camino.
“Flor abierta tiene que ver con lo espiritual, lo salvaje, lo sexual y la fe. La relación entre lo místico y los aspectos más terrenales, nuestro ser primigenio”, dice el músico, que a comienzos de este año empezó a trabajar con el productor Jota Yabar, para darle un cauce conceptual a las once canciones del álbum.